Por Magdalena Rivera Becker, médica sexóloga y directora de la Escuela Transdisciplinaria de Sexualidad.

Supe que era autista el 2022, poco tiempo después de cumplir 41 años. Fue como cuando en una película, libro o serie… de pronto aparece el dato que no sabíamos y hace que muchos cabos sueltos cobren por fin sentido. Volver a significar y darle coherencia a cosas que no comprendía de mi propia historia ha sido, y sigue siendo, un proceso intenso que me llevó a tiempos de introspección.

He necesitado más de un año y medio para poder sentirme preparada a escribir algo público en nuestra página. No es que hasta ahora lo haya mantenido en secreto, sino que fui contando de a poco, partiendo por los espacios más seguros y de confianza, para luego llegar a lugares más abiertos como en mi rol de docente. Esta cautela viene de haberme dado cuenta de la cantidad de prejuicios y negaciones de la experiencia autista que enfrentamos quienes no calzamos con el estereotipo más conocido de cómo debiera verse y actuar una persona autista. Poder sentirme mínimamente preparada para hacer frente a esos cuestionamientos, y a las discriminaciones que se generan, ha requerido previamente procesar internamente muchas cosas, a la vez que haber tenido la experiencia de lugares seguros, donde he sido bien acogida. 

Salir del clóset no es fácil. De ningún clóset, porque no son espacios que elegimos sino en los que socialmente se mete a quienes tienen “otras” experiencias, formas de vivir, deseos o lo que sea que no es aceptado. Y está siempre la suposición de que se es parte de lo más frecuente, lo que lleva a tener que salir de este clóset una y otra vez: así como se suele suponer la heterosexualidad, se supone un funcionamiento neurotípico, es decir dentro de lo considerado “normal”. Es también un proceso agotador, porque mientras no exista una sociedad que no integre realmente la diferencia que nos tiene en el clóset, se hace necesario hacerlo una y otra vez. 

Resulta que soy de las personas autistas a las que “no se les nota”, porque la descripción se hizo en base a un modelo bien estereotipado que correspondía a hombres cisgénero con cierta forma de ser y desarrollando su vida en ciertos contextos. Yo fui socializada como mujer, crecí en Chile y además aprendí a ocultar mis diferencias. Aun así, eso de que “no se me note” no es tan cierto, lo “rara” siempre estuvo presente, solo que las interpretaciones que se daban eran otras. 

Decido contarlo porque luego de saber que era autista, me dediqué a buscar información y estudiar sobre el tema. Y de esas cosas, lo que más me ayudó a comprenderme fueron las experiencias en primera persona de otras personas autistas. Con lo que he trabajado en temas de sexualidad, ya sabía que lo más relevante y certero para conocer de algún tema –especialmente cuando se trata de grupos de personas oprimidas– eran las voces en primera persona. Los estudios científicos no es que no sirvan, pero hay mucho que dejan fuera y lamentablemente, muchas veces parte de una base llena de prejuicios, sin escuchar ni validar lo que viven las personas protagonistas.

A medida que fui diciendo que era autista en diferentes espacios, otras personas se abrieron a contarme que también lo eran o que tenían la sospecha. Expresar los dolores, desafíos y particularidades de mi experiencia resonó en otros y eso me ha animado a seguir contándolo. Me motiva escribir para aportar a otras personas, así como me han servido a mí otras voces autistas, a darle más sentido a mi experiencia, a saber que no soy el único “bicho raro” y que existen otros, con sus formas diversas, que en algunas cosas se me parecen y en otras no. El autismo es un espectro, eso no significa que se es más o menos autista, sino que se tienen características diversas, habilidades y desafíos que no son los mismos. Por eso no existe una “experiencia autista”, sino que una diversidad de ellas. 

Poder hacer públicos algunos aspectos de mi experiencia me hace sentido también ya que puedo permitírmelo: hace muchos años recuerdo que pensaba que en algún momento estaría laboralmente lo suficientemente validada para poder teñirme el pelo de colores. Cuando eso sucedió, me di cuenta que requería de muchos cuidados esa tintura y no quería asumirlos, por lo que no lo hice. Al pensar en contar sobre mi autismo e ir desenmascarando (es decir, mostrar esas cosas que he ido ocultando), me acordé de esa reflexión donde el poder expresarse y mostrarse libremente es solo seguro en algunos espacios. En Chile, a pesar de las leyes que existen, aún son demasiados los lugares donde no es seguro para una persona autista mostrarse como tal.

Mientras escribo esto me aparece también el miedo a las reacciones que pueden venir desde los cuestionamientos y comentarios que se hacen sobre otras personas autistas, diciendo que lo son “porque está de moda”, o que no son “verdaderos autistas” debido a tener menos necesidades de apoyo que otras personas autistas que conocen. También están quienes atacan diciendo que hay quienes lo hacen por “llamar la atención” o sobresalir. Aunque sepa que esos comentarios pueden aparecer y no tienen que ver con lo que yo haga, el nivel de violencia en ellos tanto en redes sociales, como en otros espacios de interacción humana, no deja de darme un poco de miedo. Y quiero transparentarlo, porque esas son actitudes que contribuyen a que muchas experiencias queden en silencio, que existen voces que callan por miedo. 

Siendo autista, sin saberlo, muchas cosas de mi propia experiencia fueron invalidadas, no solo por los demás, sino que incluso por mí misma. No tenían explicación, no tenían sentido, no eran cosas que siquiera pudiesen contarse. Un ejemplo de esto es que yo puedo dar una conferencia ante un auditorio de 500 personas con solo un poco de ansiedad –que creo que es casi imposible que no exista antes de salir a escena–, pero en mi caso es leve, muy manejable y de esos “nervios” que llegan a ser “disfrutables” ante un desafío que nos atrae. Sin embargo, llamar por teléfono me angustia mucho más, incluso para cosas que parecen sencillas como llamar a una tienda para preguntar por un producto. Como era una ansiedad que “no debía ser”, me era complejo aceptarla y que otras personas la validaran. Esto muchas veces terminó generando problemas de postergar cosas necesarias de resolver, o hacerlas pero con unos montos de ansiedad y desgaste enormes que terminaban no teniendo lógica ni para mí, ni para mi entorno. 

Podía parecer muy irritable o complicada sin razón aparente. Leyendo del tema, supe que era bastante frecuente la ansiedad al hablar por teléfono en personas autistas. Me sorprendió saber que a muchas más les pasara, que no era solo una cosa muy rara mía, pero es de los temas de los que no se habla. Hay miedos y dificultades que no es posible reconocer cuando se vive intentando pasar por una “persona normal”. Y como son de las cosas que nadie contaba, se refuerza aún más la sensación de ser un bicho raro con problemas que no son validables como tales. 

Con los años fui aprendiendo estrategias para ocultar mis dificultades y emociones cuando no eran lo que se esperaba socialmente. Luego terminaba angustiada, con ansiedad o agotada, sin saber por qué. Y si bien cada experiencia es diferente y no pretendo para nada hablar por todas las personas autistas, sino que solo por mí, esto es algo que suele ser frecuente entre quienes han vivido una vida usando estrategias para “que no se note” lo “raro” que no ha sido nombrado.

Hay mucho por seguir contando, pero será para otra ocasión ya que hay que acotar para que esto pueda ser subido a nuestra página, y si no pongo un final podría seguir largamente. Es algo que suele pasarnos a las personas autistas con nuestros temas de interés, que podemos focalizarnos en ellos intensamente por mucho tiempo sin parar. 

A continuación les dejo algunas recomendaciones de recursos en primera persona que me ayudaron a entenderme, por si quieren profundizar. De seguro hay muchos más, no es ni pretende ser una lista exhaustiva. 

 

Libros:

  • Unmasking Autism: Discovering the New Faces of Neurodiversity, de Devon Price.
  • Neurodivina y Punto: 40 Años Siendo Autista y yo sin Saberlo, de Sara Codina.
  • Mírame a los ojos, de John Elder Robison.

Revista: 

Páginas web: 

Podcast: 

 

Para acompañar esté artículo elegí una foto que tomé de una parte de la planta de diente de león. En la imagen el fondo está desenfocado, con una mezcla de tonos verdes, cafés y amarrillos, que corresponde a pastos y otros vegetales. En primer plano, y en foco, están las mágicas semillas voladoras de esta planta aún unidas a esta. Desde el centro surgen en forma circular líneas blancas y más al fondo otras café. Rodeando las centrales hay más semillas del mismo tipo con las líneas blancas que surgen del centro hacía afuera. De estas líneas blancas principales surgen otras pequeñas que se ven como si fueran “pelitos”, dando una sensación de textura suave y algodonosa. Hacia abajo a la derecha esta el tallo de color café claro que une al resto de la planta. Sobre este hay una estructura de color beige con algunas depresiones que marcan donde estuvieron previamente las semillas que ya emprendieron su camino. Desde ella salen restos vegetales de aspecto seco y formas irregulares.