En el último tiempo han ido saliendo a la luz cada vez más historias de violencia sexual. Muchas de ellas ocurridas hace años, lo que lleva a algunas personas a preguntar ¿Por qué no habló antes? e incluso a comentarios del tipo “es que ahora es una moda”.

No es que sea una moda sino que al escuchar como otras abren sus relatos es posible que quienes han guardado sus vivencias por años se atrevan a hablar. También puede suceder que los recuerdos reprimidos afloren o, que lo que fue en su momento normalizado y minimizado sea dimensionado como el abuso que fue.

En el contexto chileno actual donde la sexualidad aun es tabú, no es un tema del que se hable fácilmente y además quienes han ejercido violencia sexual lo más frecuente es que sean personas cercanas como familiares, vínculos laborales, profesores, pareja o amistades.  A esto se suma que muchas veces son personas que no ejercen violencia evidente de otro tipo, son considerados “buenos profesionales” y/o “buenas personas” y el entorno suele no creer los testimonios de las víctimas.

Es necesario considerar que un posible mecanismo de defensa psicológico ante estas situaciones es que el recuerdo quede oculto, muchas veces demorando años en volver a aparecer. Poder darle forma y palabras para expresarlo no es algo sencillo.

Atendiendo en consulta, tanto en salud mental como en sexología, he escuchado muchísimos relatos de mujeres contando sus historias de violencia sexual sufridas a lo largo de la vida. En varias ocasiones era la primera develación que realizaban de agresiones vividas en la infancia.

¿Qué lleva a una mujer de más de sesenta años a contar por primera vez que fue abusada a los ocho años de un agresor ya fallecido? No es buscar venganza , ni por moda, ni menos  por figurar. Lo contaba porque por primera vez era capaz de hacerlo, porque sentía un espacio de acogida en la atención, porque ya había escuchado otros casos y saber que no era la única la animo, porque quería comenzar un proceso de sanar esas heridas, porque por primera vez había encontrado las palabras para decirlo. Ese relato lo escuche hace unos años en consulta.

A muchos sorprende que salgan a la luz tantas historias de violencia sexual, tantas mujeres agredidas y por eso les parece “moda”. Esos sucesos estuvieron siempre, la diferencia ahora es que se ha perdido, al menos en parte, el miedo a contarlos. El saber que hemos sido muchas da la fuerza para hablar.

Desde mi lugar como mujer, profesional de la sexología, docente y amiga puedo decir que con las mujeres con las que he podido hablar del tema no conozco ninguna que no haya sufrido algún tipo de violencia sexual. Por supuesto que no todas han sido violadas y algunas han sido víctimas “solo” de acoso callejero o en otros contextos. Sin embargo, esto si bien es menos duro que otras violencias no algo inocuo y además suele ocurrir a edades muy tempranas ¿Cómo es sentir que a los doce años un desconocido te grite cosas obscenas en la calle? ¿Y qué además luego te culpen a ti por llevar el short tan corto? Esta última historia me sucedió a mi, de día, en un barrio «seguro y tranquilo», en Temuco.

Se ha ido abriendo la posibilidad de hablar en este último tiempo y se ha dejado de normalizar el acoso callejero. Estamos encontrando las palabras, aprendiendo a decir, a perder el miedo. No es fácil hacerlo implica encontrarse con historias muy dolorosas y comenzar un camino para sanar nuestras heridas.

¿Por qué no habló antes? Porque recién ahora encontró la fuerza, las palabras y el contexto en que pudo hacerlo.

Escrito por: Magdalena Rivera. Médica Sexóloga Directora Escuela Transdisciplinaria de Sexualidad. Presidenta Sociedad Chilena de Sexualidades. Docente Universidad Diego Portales y Universidad de Santiago de Chile.

*La foto que acompaña este artículo soy yo viajando sola por México el 2016. Es un atardecer en Mazunte, en la costa del pacífico. Elegí ponerla porque es relevante para mí el haber viajado sola a pesar de todo el miedo que nos inculcan a lo que nos pueda pasar. En ese viaje no me sucedió nada, quizás tuve suerte, porque es un país peligroso para las mujeres. Sin embargo la mayoría de la violencia sexual que he sufrido no ha sido en viajes ni en lugares “peligrosos”, son sucesos que han ocurrido en lugares en teoría “seguros” y habituales. Y no es que sea una excepción ya que las estadísticas  confirman que  los violentadores, salvo el acoso callejero, no suelen ser extraños sino con quienes nos relacionamos y tenemos vínculos familiares, de amistad, laborales, académicos e incluso de pareja.